
El poeta Jorge Teillier nació en Lautaro, Chile, en  1935 y murió en 1996.
La poesía de Teillier descansa en principio  en la tradición de la representación lárica (poesía del lar, del origen, de la  frontera), aunque su obra trasciende el rótulo del arraigo lárico cuyos  antecedentes se encuentran en Chile en Efraín Barquero (V.) y Rolando Cárdenas.  Sus poemas arrancan del recuerdo ingenuo y la nostalgia con una cierta esperanza  de asir el paraíso perdido, el cual paulatinamente se desintegra y se convierte  en pura imagen soñada.
El poeta se inició a los 12 años en la escritura,  bebiendo las aguas de los libros de aventuras, Panait Istrati, Knut Hamsun,  Julio Veme y los cuentos de hadas. Posteriormente se alimenta de los poetas del  modernismo hispanoamericano (V.), de Vicente Huidobro y de la tradición  universal de Jorge Manrique, Rainer María Rilke y Francois Villon. Se le vincula  también con Höderlin y Trakl. Para él, lo importante en la poesía no es lo  estético, sino la creación
del mito y de un espacio o tiempo que trasciendan  lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. El poeta no debe significar sino ser.  Postula un tiempo de arraigo frente a la generación de los años 50, que  postulaba el éxodo hacia las ciudades.
En su poesía existe el Sur mítico  y lluvioso de Pablo Neruda , pero desrealizado por una creación verbal en donde  los lugares de provincia se tiñen de referencias melancólicas y simbólicas que  se hacen universales. El poeta aparece como el sobreviviente de un paraíso  perdido, como testigo visionario de una época dorada de la humanidad que  conserva a
través de los tiempos el mito y la imagen esencial de las cosas:  casa, tierra, árbol. Pero el recuerdo ingenuo e incorruptible que se recupera  por medio de la memoria, se trasciende sólo momentáneamente y culmina con su  paulatina desintegración. Como en Enrique Lihn (V.) y en Barquero, hay en su  obra una voluntad rendida, en que el presente carece de toda intensidad y la  visión de lo cotidiano es desoladora: persiste sólo lo estéril y lo deshabitado.  Frente a ello
se buscan las huellas perdidas, para acceder al lugar  maravilloso de donde venimos. A través del recuerdo, la realidad cotidiana se  hace visible y se recupera. Pero ella solamente sobrevive en los lugares del  hallazgo, constituido por los residuos del pasado y los espacios secretos y  ocultos: el espacio encubre al tiempo.
De este modo, en Teillier hay dos  momentos estéticos recurrentes que el poema recupera: el momento ingenuo de la  infancia y el del recuerdo. La poesía de Teillier se encarna en la polaridad  entre la felicidad del tiempo del origen recordado y el dolor de su  desintegración. El sujeto de la poesía de Teillier es un desterrado que vive en  la ciudad moderna y que fantasmalmente vuelve una y otra vez al espacio de la  infancia, de la frontera, del límite, para
reencontrarse con algo que ya no  existe.
Frente a la tradición totalizadora de las vanguardias y los  planteamientos rupturistas de la antipoesía (V. Poemas y antipoemas), Jorge  Teillier convirtió de nuevo la poesía en experiencia vital ligada a una memoria  poética que busca sus símbolos ancestrales y puros. Esa búsqueda primordial lo  convirtió en uno de los poetas chilenos más originales de  la
actualidad.
En Diccionario Enciclopédico de las Letras de América  Latina.Caracas, Bibliteca Ayacucho, 1995
 
 
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